Aprender a ser

Aprender a vivir juntos

Congreso Internacional
"La educación en el
3er Milenio"

Formación ética y ciudadana.
Un área para sentir y
reflexionar.

 

 


Mi mamá me ama.

Publicado en "Código 5", San Carlos de Bariloche.
Año 0 - Número 1 - Julio 2000..
© Gabriela Fernández Panizza

 

¿Quién no recuerda esta oración del viejo libro de lectura? ¿Y las ilustraciones que la acompañaban? Una madre tranquila, cariñosa, mirando con ojos de satisfacción a un niño dulce y bueno, sonriente, feliz. Lástima que muchas veces no sea esa la experiencia que tenemos madres y padres con nuestros hijos.

Criar un hijo es una tarea maravillosa. Es un desafío que vale la pena. Los chicos suscitan en nosotros emociones muy amplias y profundas: la alegría, la satisfacción y el deleite se mezclan con la preocupación, la culpa, la duda y la frustración. Sin duda, todos queremos lo mejor para nuestros hijos y tratamos de dárselo. Invertimos grandes cantidades de tiempo, cuidado, energía y dinero. Y no siempre el resultado es el que esperamos: problemas en la escuela, inmadurez emocional, poca capacidad para soportar la frustración, para superar obstáculos o, sencillamente, para ser felices y disfrutar sinceramente de la vida.

Cuando estos hechos aparecen, comenzamos a cuestionarnos sobre la educación que les estamos dando. Nos sentimos frustrados, atrapados entre la experiencia que tuvimos nosotros con nuestros padres (tan diferente) y la vertiginosidad del mundo moderno que nos plantea problemas e interrogantes que muchas veces no sabemos responder. Un mundo que hace que la infancia sea más breve, que apunta a formar niños consumidores y que, a través de propagandas y promociones, determina qué nos pedirán que les compremos cuando vamos con ellos al supermercado. Que tiene a la TV como un miembro más de la familia, un miembro que distrae, que entretiene, pero que también transmite valores, que presenta modelos, muchas veces contradictorios con los modelos familiares.

Este comienzo del nuevo milenio nos encuentra muchas veces confundidos ante la información que manejan nuestros hijos y nuestra poca capacidad para entenderlos y llegar a ellos plenamente.

Amar es un arte, como dice Erich Fromm en su libro "El arte de amar", un arte que requiere conocimiento y esfuerzo. Un arte para el que no hay cursos de actualización ni página en Internet que podamos consultar.

El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Implica tambián la responsabilidad, que en su verdadero sentido, significa la "capacidad de dar respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano". Es por eso, tal vez, que andamos a las corridas para poder mantener económicamente a nuestras familias y de esta manera poder brindar a nuestros hijos lo que consideramos es esencial para su crecimiento. Pero... pareciera que esto no es suficiente. Aparecen berrinches, pataletas, malos modales, gritos, malas palabras, conductas agresivas. De alguna manera nos hacen notar que hay "algo" que les falta, si bien les hemos dado todo lo que consideramos importante para ellos, hay una necesidad que no se encuentra satisfecha. El mal comportamiento no es otra cosa que un llamado de atención, un pedido, que tendremos que aprender a descifrar.

Mi mamá me mima.

Un mimo es una caricia. Es un mensaje de afirmación de la existencia del otro, que puede ser dado en forma de contacto corporal o por medio de alguna otra forma de reconocimiento como una palabra, un gesto o cualquier acto que signifique: "Yo sé que estás ahí".

Los chicos, mucho antes de entender el significado de las palabras, adquieren impresiones generales acerca de ellos mismos y del mundo a través de la forma en que los demás los tratan, y se mantienen particularmente atentos a los estados emocionales que se expresan a través de nuestro cuerpo (tensiones musculares, tono de voz, expresiones faciales). Si los levantamos tiernamente o hacemos este gesto mecánicamente, si sonreímos mientras lo bañamos o estamos enfrascados en nuestros pensamientos, les estamos enviando mensajes corporales, de reconocimiento o no, que emplean para construir su propia identidad. Somos como "espejos" psicológicos en los que ellos se miran para elaborar la imagen de sí mismos. La forma en la que interactuamos con ellos cotidianamente forma la visión de sí mismos y forma los cimientos de la forma en la que se relacionan con el mundo. A su vez, también actúan como espejos de nuestros estados de ánimo: cuando estamos enojados, preocupados o tensos, ellos se muestran más exigentes y poco dispuestos a colaborar.

Antes de ponernos ansiosos por las veces en que, hasta hoy, nos hemos mostrado enojados distantes o tensos ante nuestros hijos, convendrá que tengamos en cuenta que los mensajes únicos o poco frecuentes no causan daños irreversibles. Lo que cuenta es la cantidad de los mensajes de amor o de falta de interés que emitamos, así como su intensidad. Si los momentos de placer y afirmación son más que los otros, el chico recibe ese mensaje.

En nuestra comunicación también usamos palabras, palabras que también son decisivas en la formación de la imagen que el chico tiene de sí mismo. Las palabras que usamos cuando hablamos de ellos les servirán para describirse a ellos mismos. Las palabras tienen poder. Pueden servir tanto para erigir como para derrumbar el propio respeto.

Gestos y palabras, ingredientes primordiales de la comunicación, que pueden establecer tanto un puente como una barrerra entre nosostros y los demás, entre nuestros hijos y nosotros. Comunicación que a veces parece un telefono descompuesto con mensajes que no llegan, que no podemos descifrar.

Una buena comunicación con nuestros hijos es la base para poder entender la razón de sus reclamos y su insatisfacción, y para poder establecer lo que nosotros esperamos de ellos. Es por esto que, cuando aparecen los signos de alarma que mencionamos anteriormente, lo primero que tendremos que revisar es el vínculo que estamos teniendo con ellos y preguntarnos si, en lugar de reclamar un nuevo juguete no estarán reclamando más tiempo de juego con nosotros, si en lugar de tal o cual remera de marca no estarán necesitando que de nuestra parte haya una mayor afirmación de su identidad, si detrás del fracaso escolar no se esconde la sensación de fracaso que deriva de la baja autestima, si detrás de los comportamientos agresivos no está la necesidad de contención y de límites más claros, si detrás de la negativa a escucharnos no nos están diciendo que no se sienten escuchados.

"Todo lo que necesitas es amor" dijo John Lennon. Y tenía razón. Detrás de toda situación conflictiva hay un llamado desesperado, está la necesidad de sentirse amado y reconocido. Y aquí los padres tenemos un papel preponderante: somos el primer referente de nuestros hijos y tenemos el deber de contestar a su llamado.

Para poder reestablecer la comunicación con nuestros hijos, el primer paso es tomarnos un minuto. Un minuto para parar, para observar, para pensar, para sentir. Un minuto para estar bien con nosotros mismos, para leer un libro, descansar, dar un paseo, tomar un café con un amigo. Si estamos tensos y superados por los acontecimientos cotidianos, no nos será fácil actuar amablemente. Si nos sentimos bien con nosotros mismos, este sentimiento positivo se transmitirá a nuestros hijos.

Algunas personas necesitan mucho reconocimiento para sentirse seguros. Cada uno de nuestros hijos es único y, a medida que van creciendo, van cambiando y necesitan cosas diferentes de nosotros. ¿Cómo hacer para entenderlos mejor?

Escuchar es una de las mejores formas de demostrar reconocimiento. Cuando una persona siente que ha sido escuchada, deja el encuentro sabiendo que sus sentimientos, opiniones e ideas han sido verdaderamente oídos. Escuchar atentamente, haciéndole saber al otro que realmente le estamos prestando atención. Que es muy distinto a escuchar mientras estamos pensando en otra cosa o mirando las noticias. Parar, como dijimos antes, mirar a los ojos y retroalimentar verbalmente lo que escuchamos, lo cual no significa que estemos de acuerdo, sino que hemos comprendido el mensaje. Y si no podemos parar en ese momento, hacerle saber que luego lo haremos (ojo, es importante que luego cumplamos con nuestra promesa). Cuando nuestro hijo entra dando un portazo y diciendo que su mejor amigo es un estúpido, en lugar de enojarnos por su actitud ruidosa y decirle, por ejemplo, "vos, siempre enojándote por cualquier cosa", mejor sería acercarnos y preguntarle qué le pasó, por qué está enojado, tratar de ofrecerle otros puntos de vista o algún escape para su enojo, sin emitir juicios de valor, reconociendo sus sentimientos ("estás enojado porque Pedro te dejó de lado, no te preocupes, pensemos una manera para que vuelva a jugar con vos"). Ayudarlos a reconocer los sentimientos y emociones negativas, ofrecerles alternativas y formas de controlarse, hace que se sientan aceptados y más seguros. Si nosotros respetamos su particular manera de ser, ellos construirán internamente el respeto por ellos mismos y serán, a su vez, más tolerantes. El respeto es también un componente esencial del amor. Respeto, que de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere = mirar), implica la capacidad de ver a la persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única, preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia.

Otra forma positiva de llegar a ellos es reconociendo sinceramente sus aptitudes, sus dones, aquellas cosas que hacen bien, aquellas cosas que los hacen más "queribles". Decirles que ellos son importantes para nosotros, que apreciamos cualquier esfuerzo que hagan por mejorar las relaciones entre los miembros de la familia, que los queremos a pesar de los problemas que pudieramos estar atravesando, que tenemos confianza en ellos. Aprovechemos cualquier oportunidad que se presente para hacerles saber nuestros sentimientos. Si nuestro hijo jamás nos ayuda en las tareas del hogar, cuando veamos que lo está haciendo, no echemos todo a perder reprochándole por todas las veces que no ayudó, nunca usemos la ironía y digámosle lo bien que nos hace verlo ayudar. Siempre rescatemos lo positivo. Esto fortalece su autoestima, que es el ingrediente fundamental de un crecimiento sano. El chico que posee una autoestima elevada es el que más probabilidades tiene de superar las dificultades, de triunfar en la vida, de encontrar su camino, de realizarse como persona.

Cuando termine de leer esta nota, acérquese a su hijo, acaríciele la cabeza, dígale cuánto lo quiere, cuéntele un cuento, juegue un ratito. Tal vez sea eso lo que le está pidiendo.

 

Bibliografía:
-Corkille Briggs, Dorothy. "El niño feliz, su clave psicológica" Granica editor
-Fromm, Erich. "EL arte de amar" .Paidós estudio

-James, Muriel y Jogeward, Dorothy. "Nacidos para triunfar, análisis transaccional con elementos de Gestalt". Marymar ediciones S.A.