Cuando yo tenía 7 años no quería ser maestra (porque las maestras gritaban mucho), quería ser equilibrista y, en el fondo de mi casa practicaba en la rama de un almendro, hacia pruebas dificilísimas delante de un público inexistente que aplaudía cada una de mis piruetas. Cuando
tenia 15 años, en un viaje en tren a Bariloche, conocí a una chica, que entre mate y
mate me contó que era maestra rural, era muy joven, a veces extrañaba la ciudad y se
ponía a bailar sola con su radio a pilas. Era tremendamente feliz con el cariño que
recibía de sus alumnos. Estaba contenta. Cuando terminé el secundario quise estudiar Psicopedagogía. El golpe militar cerró la facultad en la que iba a estudiar. Volví a Bariloche, hice el profesorado y terminé siendo maestra. Que es casi como ser equilibrista... Fernando Savater dice que "... el buen maestro tiene una cierta dimensión suicida, por decirlo un poco melodramáticamente. El buen maestro es el que enseña a los alumnos a prescindir de él. Esa es la dimensión tremenda que tiene la enseñanza." Enseñar tiene que ver con abrir caminos, caminos hacia los otros, como mensajes en botellas que no sabemos a qué playa llegarán. Y caminos hacia adentro, hacia las propias experiencias. Tiene que ver con la magia de la comunicación, con el encuentro, con los puentes, puentes virtuales a través de los cuales los seres humanos nos podemos encontrar y compartir. Compartir saberes y experiencias. Puentes que nos permiten crecer y conocer. Tiene que ver con poder imaginar el futuro, para poder preparar a nuestros alumnos para un mundo que aún no conocemos. Tiene que ver con creer en el futuro. Por eso yo, como Luther King, igual plantaría mi manzano. Por eso yo, sigo amando la profesión docente. Gabriela Fernández Panizza
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